En otro tiempo fueron muchas, pero hoy apenas quedan. En ellas, las torres del silencio o dokhmas, se conserva uno de los rituales funerarios más peculiares a ojos de todos aquellos ajenos al Zoroastrismo, pero que para los fieles de esta religión resulta el más aceptable y natural: La exposición de los cuerpos de los difuntos al sol, al viento y… a los buitres. Un acto final de caridad que, además, iguala a pobres y a ricos.
El Zoroastrismo concede una especial importancia a la preservación de las Siete Creaciones (el cielo, las aguas, la tierra, las plantas, los animales, el hombre y el fuego). El hombre, la única creación que es consciente, tiene entre sus obligaciones la de conservar la pureza y lo que tienen de sagrado todas las demás.
La muerte es vista como un triunfo temporal del espíritu malvado Ahriman, cuya naturaleza es la de la destrucción del orden divino. Cuando una persona muere, el demonio de los cadáveres entra en su cuerpo y se apodera de él, contaminando todo lo que entra en contacto con él. El cuerpo pasa a ser considerado impuro, nasu. De esta manera, dar sepultura a los cuerpos de los difuntos contribuiría polucionar el elemento tierra; incinerarlos, el del fuego y arrojarlos al mar, el del agua.
Para evitar estas contaminaciones, el Vendidad, el código de leyes zoroastrista “dado para mantener alejados a los daevas” (los espíritus malignos causantes de la impureza) y confundirlos, propone un estricto protocolo que se debe seguir para deshacerse del cuerpo de los difuntos de la manera más segura posible, preferiblemente evitando el contacto con el fuego, el agua o la tierra. Todo con el máximo respeto hacia el difunto, pero intentado evitar cualquier peligro para los vivos.
Poco después del momento de la muerte, el cuerpo del difunto es sometido a un baño ritual con agua y, después, es vestido con ropas de algodón blanco. Después de unas plegarias y de recitar varios pasajes de los textos sagrados zoroastristas. El difunto es colocado sobre una sabana de algodón en el suelo. Dos de sus familiares se sientan a su lado.
Es en este momento cuando el cuerpo comienza a caer bajo la influencia del demonio de la descomposición y comienza a ser considerado impuro. Nadie puede tocarlo a excepción de los que lo vistieron y los nassesalars, portadores de los féretros, un cargo que solía ser hereditario. Los nassesalars se encargan de cubrir todo el cuerpo con una sábana blanca y después colocarlo sobre una plancha de piedra en una esquina de la sala.
A continuación se hace que un perro vea el cadáver. Es un ritual importante, que se repetirá varias veces durante el funeral, cuyo objetivo es confirmar que la persona está realmente muerta. Son perros que viven en las inmediaciones de las Torres del Viento y que están especialmente reservados para este ritual. Son perros con cuatro ojos. Los otros dos, son dos marcas idénticas, vistas como ojos, situadas justamente encima de los dos ojos reales y que les dan la fuerza necesaria para protegerse.
Después de este ritual, se trae el fuego a la sala y se mantiene ardiendo en un jarrón con incienso y fragancia de sándalo. Los zoroastristas creen que este fuego destruye los gérmenes invisibles de la enfermedad. Un sacerdote se sienta delante del fuego y recita continuamente fragmentos del Avesta hasta el momento de llevar el cuerpo hasta la Torre del Silencio. Como es esencial que el cuerpo se exponga al sol, está prohibido llevarlo durante la noche, por lo que se tiene que transportar durante el día.
Un par de sacerdotes rezan unas últimas plegarias y se repite el ritual de que un perro vea el cadáver. Este el momento en que la mayoría de los amigos y familiares del difunto rinden los últimos honores y pueden contemplar su rostro por última vez. Después, los nassesalars cubren la cara con una pieza de tela. En este momento, comienza la procesión fúnebre que sigue el cadáver hasta la Torre del Silencio, siempre a una distancia de al menos 30 pasos y todos vestidos totalmente en blanco. Cuando llegan allí, los que han seguido la procesión tienen otra oportunidad más para ver al difunto y, otra vez, se vuelve a realizar el ritual del perro.
Mientras, la puerta de hierro de la torre se abre y los nassesalars, que son los únicos que pueden acceder a su interior, suben el cadáver hasta su azotea. Las torres suelen tener una forma uniforme y un tejado plano con un perímetro ligeramente más alto. El suelo de su tejado está dividido en tres círculos concéntricos. Si el difunto es un hombre, su cuerpo se deposita en el más exterior. Si es una mujer, en el segundo. Y si es un niño en el central. Pero no hay ninguna distinción de clase, como dice un poema persa: “La muerte iguala a todos, tanto si se muere como rey sobre un trono o como un pobre sin cama en el suelo”.
El Zoroastrismo concede una especial importancia a la preservación de las Siete Creaciones (el cielo, las aguas, la tierra, las plantas, los animales, el hombre y el fuego). El hombre, la única creación que es consciente, tiene entre sus obligaciones la de conservar la pureza y lo que tienen de sagrado todas las demás.
La muerte es vista como un triunfo temporal del espíritu malvado Ahriman, cuya naturaleza es la de la destrucción del orden divino. Cuando una persona muere, el demonio de los cadáveres entra en su cuerpo y se apodera de él, contaminando todo lo que entra en contacto con él. El cuerpo pasa a ser considerado impuro, nasu. De esta manera, dar sepultura a los cuerpos de los difuntos contribuiría polucionar el elemento tierra; incinerarlos, el del fuego y arrojarlos al mar, el del agua.
Para evitar estas contaminaciones, el Vendidad, el código de leyes zoroastrista “dado para mantener alejados a los daevas” (los espíritus malignos causantes de la impureza) y confundirlos, propone un estricto protocolo que se debe seguir para deshacerse del cuerpo de los difuntos de la manera más segura posible, preferiblemente evitando el contacto con el fuego, el agua o la tierra. Todo con el máximo respeto hacia el difunto, pero intentado evitar cualquier peligro para los vivos.
Poco después del momento de la muerte, el cuerpo del difunto es sometido a un baño ritual con agua y, después, es vestido con ropas de algodón blanco. Después de unas plegarias y de recitar varios pasajes de los textos sagrados zoroastristas. El difunto es colocado sobre una sabana de algodón en el suelo. Dos de sus familiares se sientan a su lado.
Es en este momento cuando el cuerpo comienza a caer bajo la influencia del demonio de la descomposición y comienza a ser considerado impuro. Nadie puede tocarlo a excepción de los que lo vistieron y los nassesalars, portadores de los féretros, un cargo que solía ser hereditario. Los nassesalars se encargan de cubrir todo el cuerpo con una sábana blanca y después colocarlo sobre una plancha de piedra en una esquina de la sala.
A continuación se hace que un perro vea el cadáver. Es un ritual importante, que se repetirá varias veces durante el funeral, cuyo objetivo es confirmar que la persona está realmente muerta. Son perros que viven en las inmediaciones de las Torres del Viento y que están especialmente reservados para este ritual. Son perros con cuatro ojos. Los otros dos, son dos marcas idénticas, vistas como ojos, situadas justamente encima de los dos ojos reales y que les dan la fuerza necesaria para protegerse.
Después de este ritual, se trae el fuego a la sala y se mantiene ardiendo en un jarrón con incienso y fragancia de sándalo. Los zoroastristas creen que este fuego destruye los gérmenes invisibles de la enfermedad. Un sacerdote se sienta delante del fuego y recita continuamente fragmentos del Avesta hasta el momento de llevar el cuerpo hasta la Torre del Silencio. Como es esencial que el cuerpo se exponga al sol, está prohibido llevarlo durante la noche, por lo que se tiene que transportar durante el día.
Un par de sacerdotes rezan unas últimas plegarias y se repite el ritual de que un perro vea el cadáver. Este el momento en que la mayoría de los amigos y familiares del difunto rinden los últimos honores y pueden contemplar su rostro por última vez. Después, los nassesalars cubren la cara con una pieza de tela. En este momento, comienza la procesión fúnebre que sigue el cadáver hasta la Torre del Silencio, siempre a una distancia de al menos 30 pasos y todos vestidos totalmente en blanco. Cuando llegan allí, los que han seguido la procesión tienen otra oportunidad más para ver al difunto y, otra vez, se vuelve a realizar el ritual del perro.
Mientras, la puerta de hierro de la torre se abre y los nassesalars, que son los únicos que pueden acceder a su interior, suben el cadáver hasta su azotea. Las torres suelen tener una forma uniforme y un tejado plano con un perímetro ligeramente más alto. El suelo de su tejado está dividido en tres círculos concéntricos. Si el difunto es un hombre, su cuerpo se deposita en el más exterior. Si es una mujer, en el segundo. Y si es un niño en el central. Pero no hay ninguna distinción de clase, como dice un poema persa: “La muerte iguala a todos, tanto si se muere como rey sobre un trono o como un pobre sin cama en el suelo”.